China vuelve a vestir la Plaza de Tiananmén de gala para uno de los rituales más significativos de su política nacional y exterior: el desfile militar que tendrá lugar este miércoles. En esta ocasión, será con motivo del 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, conocida en el país asiático como la Guerra de Resistencia contra Japón.
El evento será el tercero de su clase bajo el liderazgo de Xi Jinping, pero el primero que se desarrolla con la guerra en Ucrania de fondo y el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El presidente chino lo sabe, de ahí que el desfile sea una forma de reafirmar ante los medios occidentales su autoridad sobre el Partido Comunista de China (PPCh).
Como es costumbre, el acto reunirá columnas de blindados, baterías de misiles y escuadrones de aviones de combate; todos ellos de fabricación nacional. Paralelamente, la asistencia de mandatarios extranjeros, especialmente del presidente ruso, Vladímir Putin, y el norcoreano, Kim Jong-un, dará cuenta de los apoyos que posee el régimen chino.
Xi, Kim y Putin, por primera vez juntos en el mismo lugar
El eje simbólico del evento será la presencia simultánea de Xi, Putin y Kim, este último representando a una Corea del Norte ausente en desfiles militares chinos desde 1959. Sentarse juntos en la tribuna enviará una señal calculada de convergencia mientras Washington aún pugna por una reunión a tres bandas con Ucrania y Rusia.
El papel central lo ocupará el presidente ruso, a quien Xi considera su invitado de honor. Tras haber pasado por la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, y antes con la reunión en Alaska, Putin ha demostrado a Occidente que Rusia no está sola.
Para Xi, la presencia de su homólogo ruso consolida la narrativa de cooperación estratégica entre ambos países, la cual se expresa tanto en el comercio energético como en la coordinación militar. A inicios de agosto, las armadas de ambos países llevaron a cabo ejercicios navales conjuntos en el Mar de Japón, una práctica habitual que levanta asperezas en Corea del Sur y Japón, ambos aliados de Estados Unidos.
La novedad más disruptiva es Kim Jong-un. El líder norcoreano, habitualmente reacio a los foros multilaterales, ha roto su patrón para exponerse a un evento donde su interés se centrará en la cumbre trilateral con Xi y Putin.
Para Corea del Norte, la oportunidad de su asistencia es doble. Por un lado, recalcará su alianza con Rusia, intensificada tras la invasión de Ucrania y, por otro, busca reactivar la diplomacia con China, prácticamente congelada en los últimos años.
Una poderosa exhibición de fuerza
La parada militar será, ante todo, una exhibición de poderío castrense. En contraste con el espectáculo desordenado que organizó Trump por su cumpleaños, los desfiles chinos son manifestaciones de disciplina absoluta que buscan impresionar tanto al público nacional como a las audiencias extranjeras.
Al igual que con Rusia, demostraciones de esta clase son útiles para analizar la capacidad operativa de un país. China ha elegido cuidadosamente qué dejará a la vista, con la presentación de tanques de cuarta generación, cazas furtivos y un repertorio de misiles hipersónicos y antibuque, estos últimos diseñados para desafiar la presencia naval estadounidense en el Pacífico.
El trasfondo atómico será otro punto relevante del evento. Desde el último desfile, China ha duplicado su arsenal nuclear, ha incrementado la producción de aeronaves capaces de portar ojivas y ha reforzado su capacidad de disuasión estratégica.
A ello se sumarán drones y sistemas de guerra electrónica, concebidos para interferir comunicaciones y neutralizar defensas enemigas. Avances que subrayan la apuesta de Pekín por dominar sectores emergentes de la guerra como el ciberespacio.
Las fuerzas de la milicia también participarán en el desfile, un recordatorio importante de que el Ejército chino posee un amplio contingente de esta clase desplegado en el Mar de China Meridional, capaz de actuar desde fuerza auxiliar hasta punta de lanza para las presiones marítimas que emprende contra sus vecinos asiáticos.
Un ejercicio de autoridad política
El evento dejará señales que van más allá de los sistemas de armas y de la lista de invitados. El acto cuenta con claras connotaciones políticas, y ha sido cuidadosamente diseñado para reforzar la autoridad de Xi Jinping y recordar que el Ejército Popular de Liberación (EPL) es, por encima de todo, un órgano dependiente del PPCh.
Este énfasis en la figura de Xi no es solo retórica. El Día del Ejército, celebrado el 1 de agosto, el Gobierno chino volvió a insistir en la necesidad de “forjar la lealtad política” y de librar la “batalla decisiva” de cara a los objetivos del centenario del EPL.
Bajo Xi, la reforma institucional más significativa de cara al desfile ha sido consolidar su cargo como presidente de la Comisión Militar Central. Ello le ha permitido concentrar el control y desplazar la relativa autonomía que las fuerzas armadas llegaron a tener en décadas anteriores.
El evento también servirá para enviar un mensaje a Estados Unidos. La rivalidad con el país norteamericano es un telón de fondo inevitable, y en él se dilucida la advertencia implícita sobre la disposición del EPL a actuar si Pekín lo considera necesario. De hecho, Washington estima que Xi ha establecido 2027 como fecha límite para que sus fuerzas armadas estén listas para tomar Taiwán.
El desfile también ofrece una ventana a la política interna del EPL. La presencia o ausencia de determinados generales en la tribuna permitirá interpretar qué figuras gozan del favor de Xi y cuáles han caído en desgracia. En un país como China, lo que no se muestra es tan revelador como lo que se exhibe.
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